MÁS NOS VALDRÍA
Ya pasó todo. Ya terminó el Diciembre de los excesos y comenzó la sempiterna empinada cuesta de Enero.
Atrás quedaron los anuncios televisivos de perfumes, loterías, turrones, regalos de toda índole o cachitos de hierro y cromo navideños, que nos amenizan o martirizan sin descanso en estos días de asueto y pascua.
También quedan en el olvido los fervientes deseos y sentires de fraternidad, solidaridad, alegría, tristeza y añoranza, todas ellas emociones que se asoman a nuestra mente especialmente en estos días, como si en el resto del año no importara para nada el apego y actitudes sociales, existentes en la socialización del ser humano.
Todo el mundo a amarse como si no costara y perdonando envidias, desprecios y desatinos, en un intento de engañarnos nosotros mismos por los siglos de los siglos, pero por un tiempo concertado de antemano y en una etapa perecedera, tras la cual retornaremos al libre albedrío de vanidades y pecados capitales que sin remisión, esta sociedad decadente lleva implícitos, desde el principio de los tiempos.
Año nuevo, vida nueva, que afirma vehemente el refranero, auque en esta ocasión habría que añadirle en honor a la verdad la coletilla de nueva normalidad, por el que el que más y el que menos anda deseando, que el nuevo calendario nos traiga miles de parabienes y ninguna desgracia, puesto que ya vamos bien servidos de penurias en los últimos doce meses del calendario.
A la hecatombe moral de la perdida de miles de vidas, se le añade el caos económico causado por la pandemia y las interminables y controvertidas medidas sociales que se han tenido que adoptar, para intentar paliarla y que según está el panorama han dejado la constancia, de dos sociedades claramente diferenciadas.
Por un lado, los que tuvieron la suerte de conservar el puesto de trabajo y no sufrir en sus carnes las consecuencias de haberlo perdido o de verse mermados sus derechos sociales y laborales y por el otro, los que se han visto obligados a cambiar sustancialmente su modo de vida y engrosar las listas del paro y las colas del hambre en la mayoría de los casos y que subsisten a real y media manta.
Más nos valdría, guardar solidaridad para lo que pudiera suceder y que no sólo sea en Navidad cuando saquemos a pasear nuestras bonanzas para luego encerrarlas de nuevo, hasta la próxima ocasión en el interior del alma helada.
La solidaridad no es, un acto de caridad, sino luchar por que nadie se quede atrás e indefenso.
No olvidemos que no hay que dar lo que sobra, sino ofrecer lo que falta y que solo el pueblo solidario encontrará en su destino la esperanza necesaria, para seguir caminando con aplomo y sin rémoras o trabas.
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