Se acerca el día de Halloween, víspera de Todos los Santos o Noche de Brujas, cuyo origen viene del pueblo celta y de la fiesta conocida como Samhain y que desde tiempo inmemorial conmemoraba el fin del verano que según cuenta la leyenda permitía a los espíritus pasar a través de los distintos mundos que según ellos existían en distintos planos estelares.
En los festejos se invocaba e invitaba a mostrarse, a los ancestros familiares y se intentaba alejar a los espíritus malévolos, con la firme creencia de que si se conseguía la apariencia de espíritu maligno, se evitaba ser dañado por los abominables fantasmas que moraban en el pasado.
En España, Dios mediante y desde el mandato del papa Gregorio III, se conmemora en nuestras calles el 1 de Noviembre de cada año, el Día de Todos los Santos, en honor en un principio, de homenajear las reliquias de los Apóstoles y de todos los mártires del cristianismo y quedándose a la postre en fecha de veneración y respeto por las almas que abandonaron la vida terrenal y moran cautivas en el plano de las animas olvidadas.
Atrás quedan los años de oscuridad y silencio con que estas fechas se vivían en nuestro suelo, trastocándose con la apertura de una sociedad moderna y acorde con los nuevos tiempos en días de respeto, consideración y recuerdo de los difuntos, pero igualmente en noche de bacanal y desenfreno, dando pie en múltiples casos a que el ciudadano perciba en sus carnes, que el dicho del antiguo refrán “ El muerto al hoyo y el vivo al bollo” se convierta en estandarte y enseña de esta fecha del calendario.
Es estos tiempos tan aciagos, al menos en este Dos Mil Veinte, en que la humanidad afronta el mal, más insolente y esquivo de los últimos tiempos, este día se convertirá en canto a la soledad en cementerios, necrópolis y camposantos y en nuestras calles en vacío, nostalgia y encierro, impuestos a golpe de látigo, en base a normas del estado de alarma vigente, cuyo objetivo es intentar paliar y frenar el consabido contagio, de la calamidad que hoy nos acecha, en esta temible pandemia.
Pero, si en algo nos debe servir, el sacrificio y ofrenda, en pos de la salud individual y colectiva; es poseer la conciencia y absoluta certeza, de que en la memoria de nuestra mente, están impresos y presentes, el recuerdo y la huella de nuestros seres queridos y que no existe impedimento ni señuelo que implante fronteras o barreras, para no poder honrar y añorar, a los familiares que aunque ausentes del existir cotidiano, están muy presentes en nuestro cerebro.
Desde el cielo al infierno y desde el purgatorio presente, una legión de ángeles sin alas, velan por su recuerdo.
Va por los vivos, va por los muertos.
Va… por todos ellos.
Salud y suerte.
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