En esta época tan aciaga, cruel e imprevista que a las postrerías de la primera década del milenio el mundo está padeciendo y donde nuestra España se halla inmersa en la llamada nueva normalidad, que más bien parece una broma o escarnio de nuestra cultura ancestral, la cual irremediablemente y por derecho propio, lleva impresa la impronta y costumbre de socializar y experimentar por encima de cualquier circunstancia o situaciones acaecidas (incluso ante las adversas) la sensación de acercar lo más posible el corazón a nuestro prójimo y prodigarnos en muestras de cariño y amistad, son la idiosincrasia y huella indeleble del sentir de nuestras gentes.
Una actitud generosa, disposición y modo de proceder de todo un pueblo, tan necesario actualmente, donde cada día ganan terreno y prima más en todos los lares del mundo, la individualidad, el ostracismo, la relegación y el desapego.
Pues mucho me temo lector/a que este hábito y usanza social indefectiblemente anclada, arraigada e instaurada en nuestro tierra, donde nunca nos tembló el pulso para abrazar, besar y achuchar amablemente al prójimo a las primeras de cambio, momentáneamente han pasado a mejor vida y han desaparecido de nuestro diccionario social, como por arte de magia y en un pispas, pues parece ser ( si alguien no lo remedia y está complicada la cuestión), que las citadas costumbres han pasado a mejor vida y difícilmente volverá a resurgir lo de antaño.
En esta España, donde hace unos meses casi que a traición y en un instante las agujas del reloj, pararon o ralentizaron inmisericordes su marcha, en un fatídico domingo15 de Marzo, en el cual, el silencio y el miedo atroz se adueñó de nuestros de nuestras rutinas y donde la precaución ha germinado en el pecho de cualquier hijo de vecino sea cual sea su raza, condición, estirpe o linaje.
Y donde las costumbres sociales del país, han quedado relegadas al olvido, con fecha y billete de viaje de ida y sin atisbo de regreso, es posible que haya llegado el momento de hacer ejercicio de conciencia social y responsabilidad, al menos durante una temporada para tratar de frenar la vuelta al confinamiento, al caos y al miedo.
No se trata de paralizar o ralentizar de nuevo, la rueda del existir cotidiano y mucho menos cuando existe la posibilidad, de que parte del vecindario vea expuesto, sus opciones de futuro y progreso, sino de extremar las precauciones para que al invisible virus, mantengamos contra las cuerdas y no en completa libertad, como hasta ahora está sucediendo.
Las normas y obligaciones en un estado de derecho, no deberían llegar necesariamente y acatarse, por imposición ni orden ministerial, sino por la connivencia voluntaria y ejemplaridad del ciudadano de a pie, autentico mártir a la postre de la falta de solidaridad y respeto.
Y aunque el maestro Séneca, escritor y filósofo hispanorromano, nos dejó esta mítica y eterna cita:
“Algunas veces, incluso vivir, es un acto de coraje.”
A lo que el autor de estas líneas, valiente pero respetuoso añade:
“Pero aún así, no somos inmortales, sólo es que lo creemos.”
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